martes, 19 de marzo de 2019

Canibal

Era obrero, pero se los comió a todos.

                                                                                                                                                           2018

martes, 5 de marzo de 2019

Agua

Con calma salgo a la terraza, y mi puño se vuelve loco. Lo voy oscilando, y estampando a todos los cristales. La sangre se limpia por la lluvia al estirar el brazo por la ventana. Gotea a la terraza del vecino de abajo. Pienso que más estampado de pintura roja no se va a notar. Grito su nombre y al poco se asoma la mujer. Se caga en la Virgen, y se mete corriendo llamando al marido. Sale este y maldice a Dios, y a paso estresante, se mete dentro llamando a la hija. La chica sale y se mete con la tercer persona de la Santísima trinidad. Ya han visto todos suficiente para creer.
El teléfono de los de abajo se escucha entre los prácticos techos de gotelé. Suena la marcación 091, y un: “Gilipollas, así no vas a conseguir nada”
El padre sube, tira mi puerta y plaff.
                                                                         ***
Con esta agua de mayo, ni me quitan el sayo, ni los sabañones, ni la bala en la pierna que tengo desde hace días, supongo. El agua de Madrid que sale del grifo es mi única compañera. Paso los días durmiendo y las noches con velas de igual forma. Solo me levanto del suelo para hacer aguas menores. Me muevo libre por el habitáculo, sabiendo que no lo estoy y eso me aterroriza. No se cuánto tiempo podré aguantar más. Ese cabrón me vuelve loco. Se me hace la boca agua solo de pensar en ese machirulo.

                                                                                                                                                           2018


Semáforo

Voy caminando de pie sobre mis dos piernas. Un pie toca el suelo, acompañado del compás cuatro por cuatro del siguiente. Miro al suelo y para adelante. Al suelo y para adelante. No quiero chocarme contra las personas, ni tampoco con lo que pueda encontrarme en el suelo. Llego a un paso de cebra, y el semáforo está verde parpadeante. ¿Cruzo o no cruzo? no había andado por el arcén en Google Maps para encontrarme con este contratiempo. Decido pasar. A mitad entre una orilla y la otra se pone en rojo. Me paro un par de segundos en mitad del paso de peatones. La gente me mira como si fuese la cebra del paso, y careciese de rayas. ¿A qué cera vuelvo? Decido arriesgarme pese a todo, y llegar al otro lado. Los conductores me acosan con sus miradas y ametrallan con el claxon mis sensibles tímpanos. Los coches se me van a echar encima con su música estruendosa. Con sus ojos blancos me deslumbran y... He llegado.

                                                                                                                                                           2018

viernes, 25 de enero de 2019

Matando al padre

Empiezo a ponerle gomas elásticas de todos los colores a lo largo de su ovalada cabeza empezando por la frente y bajando hasta el cuello. Cada vez se pone más colorada, hasta que explota. Ni un solo ruido, ni gota de sangre. Voy al salón a dar un bocado al sándwich de queso de cabra que estoy merendando, mi familia ni me dirige la mirada; siguen mirando al televisor hipnotizados como todas las tardes. Cuando vuelvo el cuerpo de mi padre no está como lo había dejado. En el lugar donde fue la cabeza, ahora hay algo con forma de cápsula, embutida por una especie de gorro, una braga y no sé que más. Me lo quedo mirando unos segundos sin saber que hacer. Con las mangas de mi sudadera intento arrastrarlo, calculando donde cabría mejor, si debajo de su cama o del armario. Luego se puso todo negro y no recuerdo más.

●●●

Hacia varios meses que había tenido ese sueño. Varios meses yendo al psicólogo y repitiendoselo al doctor de igual manera. A veces le añadía algo y otras veces me negaba a recordar ciertas escenas. Decía que era solo hasta que me hiciese con las riendas de la situación. ¿Cómo iba a normalizar el asesinato de mi padre de tal brutal manera de manos de su propio hijo, o sea yo? Como siempre empecé a sentirme incomodo en la butaca y las manos me empezaron a sudar a la espera del veredicto del psicólogo.

Otra versión

Termino de masturbarme pensando en Mariló Montero y su moto. Concretamente en la foto en la que va sin casco con la que luego fue a autodenunciarse. Mis pies me arrastran hasta el dormitorio de mis padres. Un hombre y el mejor amigo de este hombre: su oso; otro hombre. En él se encuentra mi papuchi —de alguna forma tendré que llamar a cada uno para diferenciarlos, aunque a partir de ahora eso ya no ocurrirá—que acaba de llegar del curro y se iba a poner cómodo. Iba. Lo cojo, lo sacudo, lo meneo y lo suelto. Me hace gracia, porque se ha quedado con el rostro de piedra, pero con el cuerpo tambaleándose de un lado a otro, como los payasos que salen de las caja de sorpresas, éstas con muelle. A cámara lenta intenta buscarme la cara con su puño, pero yo me adelanto acertandole en su oído, y le debí de dejar algo sordo, porque pude comprobar que su equilibro se vio mermado. Su sentido de la estabilidad en esos momentos ya estaba nivel niña de 14 años en su primer coma etílico, por decirlo de algún modo. A mi derecha, en una mesita de noche había un joyero con todo tipo de gomas de colores. Eran de mi otro padre: papote, quien tenía el pelo hasta casi los pies. Siempre me ha encantado la historia de porqué se lo ha dejado crecer hasta al culo. Dice que así cuando va al campo a cagar, si no tiene papel, se limpia con éste y ya cuando encuentra algo solo tiene que desinfectar su pelo sin necesidad de bajarse los pantalones ahí mismo. Intentaré que me cuente la historia otra vez antes de que su vida se esfume, aunque sea por contárosla con más detalles. Pero la cuestión es que esas gomas me dieron una idea. La tarde del día anterior había visto un vídeo de un youtuber, que con un amigo, trataba de poner todas las gomas posibles a un melón mientras jugaban al “Si te ríes, pierdes”. Así hasta que aquello reventara. La diferencia es notable; ellos lo hacían riéndose y con un par de melones, mientras yo, con una ovalada y calva cabeza, y sin el menor atisbo de gracia en el cuerpo. Al fin y al cabo era mi padre.
Empecé por la frente, pero no era tarea fácil. A fuera hacía casi cincuenta grados y su calva llena de sudor solo ayudaba a que las gomas se catapultasen en todas las direcciones posibles, amenazando con dejarme tuerto.
Le miro a la cara por última vez y me acuerdo de su fruta preferida: al fin explota su tomate y un orgasmo me limpia todo del aura, pero se pasa rápido al comprobar el nuevo estampado de la colcha de los Simpson. Espaguetis sanguinolentos que no es otra cosa que venillas y sesos parecidos a los que cocinaba los domingos a mi familia, y seguramente no volverá cocinarles. Para aparentar normalidad, decido ir al salón a pegarle un mordisco al sándwich que me he preparado para merendar, aunque tras ver irse por el desagüe del lavabo líquido seminal, sesos y sangre, se me pasan las ganas de comer queso de cabra o cualquier cosa blanca, así que bebo un poco de café en una taza rosa con dibujos de Frozen en el que se puede ver cómo Elsa le mete a Anne una estalactita por el culo, y vuelvo a la faena con el recuerdo de la última nevada en mi pueblo.
Por alguna razón me produce gracia el verle con un gorro y una braga puestos de forma que no se le vea ningún rasgo facial. ¿Facial? Lo siento, creo que la Facultad de Medicina está haciendo estragos en mi persona.
Desconozco si habéis tomado algún tipo de cápsulas alguna vez, pero sabréis la forma que tiene, ¿no? Pues eso parecía la ovalada cabeza de mi papuchi.
Con unos trocitos de tela, que rajo a mordiscos de las sábanas hasta que me sangran las encías, intento arrastrarlo sin dejar ningún tipo de prueba debajo de su cama, con el demás fiambre que él escondía ahí. Manías de carnicero y tener de pareja de piso a un vegano. Serás el siguiente comehierba. El hueco es demasiado estrecho y el peso de mi padre tampoco ayuda, al igual que el somier, algo cóncavo, para mi gusto, supongo que de tanto traqueteo, ya te imaginas porqué. Vamos, que mi padre no cabía ahí. Y la verdad que no recuerdo más.

                                                                                                                                                           2018

martes, 22 de enero de 2019

La vida en bucle

Si no es por arte de magia no sé qué podría explicar el haberse ido la luz tanto dentro como fuera, tan de repente, pero vamos que no me pilla en bragas. Como los demás del barrio sean como yo, lo raro es que no la hayan cortado antes.
Ahora mismo estoy solo cegato sin mis gafas en una esquina de mi cuarto, con el pijama como las sábanas; humedecido y oliendo a pis y a sudor. Como único entretenimiento tengo el jugar con un gusiluz que se le ilumina la cabeza de rojo y dice “I love you” con esa voz de psicópata que tanto les gusta a los que hacen los juguetes infantiles.
Mi habitación no es precisamente un cuarto anti-sensorial. Su tamaño es pequeño y sus formas cuadriculadas. Vamos, justo lo que necesita un claustofóbico. Nada más entrar a mi dormitorio, enfrente está la ventana. Al lado oeste una estantería con todas las obras de Julio Cortazar y unas velas con olor a libros que cuidaba que siempre estuviesen encendidas y lo más cerca de los libros, pero lo más lejos para que ninguno saliese ardiendo. Al este un escritorio donde acumulo todo tipo de cosas ya que no lo utilizo porque de normal suelo estar más bien por los suelos. Si desde la puerta das un giro de 180 grados ahi está la litera donde duermo, en la cual cada día alterno entre dormir en la de arriba o en la de abajo. En el techo una lampara y adhesivos de estrellas y calaveras.
Aquí no tengo nevera ni nada que se asemeje, así que me mantengo a mocos cuando me aburro y a uñas cuando me entra los nervios, aunque a veces tengo la suerte de matar algún pájaro que se posa en mi ventana, al cual le tiro un compás que siempre va conmigo. Al menos sabe mejor que otros animales que me comí con anterioridad.
Os preguntareis como he llegado aquí si esta todo oscuro. Fácil; no he necesitado más que el gusiluz y mi fuerza bruta. Con el suave y tierno muñeco en mano fui batiéndolo a diestro y siniestro estrellándolo contra armario, lámpara y todo lo que se me pusiese de paso.
Así es como terminaron las velas por el suelo. A partir de ese momento todo empezó a suceder tan rápido como en una película de acción. Queriéndome librar de las llamas empece a patalear. Crack. Algo duro reventó bajo mis pies y sus añicos me hicieron cosquillas entre los dedos. No pensaba que mis gafas fuesen capaz de llegar a hacer tal cosa. La patilla derecha se ha desprendido, pero alimentado por la esperanza de ver de otro modo las cosas, me las pongo. Esperando mi fin, me purgo de las lágrimas contenidas desde que se murió mi jerbo, bueno desde que con ayuda de un matamoscas y un martillo, lo puse plano para hacer filetes de roedor. No estoy por la labor de explicar el aroma y el gusto del pobre animal. Tras ese recuerdo en mente, como si de un trance hubiese salido, me incorporo, me pongo de pie, y es como levitar, aunque la cabeza me da vueltas del coscorrón que me he metido contra el techo. Miro a mis pies malolientes y veo donde reposan. ¿Como puñetas he llegado hasta mi litera? Me siento como indio encima de las húmedas sabanas y me arropo con la áspera y rugosa colcha mugrienta. Cuando me vuelvo a despertar, no he soñado más paridas así que lloro por compasión propia mirando al espejo, que por arte de magia hay ahora en la pared de enfrente.

                                                                                                                                                           2018

sábado, 29 de diciembre de 2018

Directa al estrellato

Está sonando el teléfono. Me acerco a ver si sale el número en la pantalla. Cago en la puta, la identificación de llamadas la quitamos la semana pasada. Me muevo inquieta por todos lados, y doy gracias a que esté llamando ahora y no en otro momento; si estuvieran mis padres, seguro que me obligarían a cogerlo.
Hace un mes que hablamos ya; Ismael y yo, así que como todos los meses acostumbrada a que nunca falle, pienso que tiene que ser él. Pero si algo tengo claro es que al pasado no pienso regresar. Me estoy quitando de todo lo anterior. La gente no entiende que las personas cambian, y lo hacen cuando puede y quiere. Y en mi caso tarde o temprano, más bien tarde, tenía que poder. Tenía que rescatar todos esos años perdidos. Perdidos, para quién coño le interese, entre hospitales y psicólogos. Sin poder tener una personalidad propia como los demás que iban conmigo a clase.
Eso sí, ahora creo tener las ideas claras, o eso me repito constantemente.
Sea quien sea, es un puto cansino porque cuando dejo de rayarme, el jodido teléfono sigue sonando.
—¿Di diga? —dije, dando pena, con un tartamudeo bastante peculiar.
—Hola, princesita, o más bien exprincesita.
—Ya no soy una princesa. Ya ni te gusto ni nos entendemos. Tú sigues con esos ideales rancios y yo ahora estoy más abierta en todos los sentidos; excepto de piernas para ti...además no comprendes mi cambio. Vives con la idea de que el amor idealista no es amor si no duele. Y no es así chaval.
Cuelgo. No se me ocurre más que decir, para sorpresa de él como de mí misma. Como acto reflejo: improvisaciones del directo. No puedo evitar la risa. Me imagino su cara al no esperarse que le dijese aquello y menos que le colgase como a la mitad de algo importante. Sonriendo sigo con lo que hacía antes: escribir a mis nuevos amigos por instangram; los primeros, los únicos. Ellos sí me entienden y comprenden mis historias, o eso al menos creo.

Final 2

Está sonando el teléfono. Me acerco a ver si sale el número en la pantalla. Cago en la puta, la identificación de llamadas la quitamos la semana pasada. Me muevo inquieta por todos lados, y doy gracias a que esté llamando ahora y no en otro momento; si estuvieran mis padres, seguro que me obligarían a cogerlo.
Hace un mes que hablamos ya; Ismael y yo, así que como todos los meses; acostumbrada a que nunca falle, pienso que tiene que ser él.
Este como muchos familiares no entiende mi cambio ni físico ni ideológico ni de vida que estoy llevando a cabo. Ni que estuviese haciendo campaña electoral todo el rato como ellos, Pensaba que ellos, conociendo mi pasado iban a ser algo más tolerante. Pero ya veo que no. Para quién coño le importe: Desde los 12 años hasta los 14 pase por varios Trastornos Obsesivo Compulsivo —TOC que lo llaman para acortar—. Así que no pude hacer muchos amigos en el instituto dado que me convertí en una solitaria; no quería escuchar a nadie, ni ver la tele para no ir corriendo a contárselo a mis padres. Cuando conseguí salir de toda esa mierda no se me ocurre mejor manera que raparme el pelo y asumir la ideología skinhead; vamos repetir como un loro sin conocimiento alguno las típicas frases de los fascistas. Pero eso es cosa del pasado y si algo tengo bien claro es que paso de volver a él.
El teléfono sigue sonando. Ya hasta la narices decido cogerlo. Cuando escucho su voz, cuelgo. En verdad era quién me esperaba.

                                                                                                                                                           2018

lunes, 3 de diciembre de 2018

Crecer por un hombre

Doña Espina no tragaba a las parejas homosexuales, ni cualquier cosa que proviniese de esa secta, como acostumbraba a llamarla ella. Parecía que la casa estaba pintada a su gusto en ese sentido, ya que si uno se fijaba bien, ningún color de la bandera arco iris imperaba en ninguna de las habitaciones. Las paredes tenían ese color gris, plata sucia de los palacios del siglo XX. El salón, la estancia más grande y cuadrada de la casa, estaba llena de candelabros donde en lugar de velas, había caramelos en los agujeros. Éstos estaban sobre mesas de una sola pata haya donde mirases y sofás largos colocados ahí de forma desordenada, un armario empotrado con fotos familiares, y en una esquina, una chimenea con las paredes ennegrecidas y unos papeles quemados donde se hacía las fogatas antaño.
—¿Ves? Ahí están los papeles del divorcio que no quisiste firmar por gilipollas. Que ya hay que ser inútil, no era tan difícil. Ahí estaba la oportunidad de vivir lejos de esa hija de puta y dejar de ser tan pánfilo, porque dime ¿alguna vez has dejado de ser un puto inútil? Bueno. Mejor no me contestes —dijo Diego mirando indiferente la hora en su nuevo Iphone—. Me sé la respuesta.
—Sabes muy bien por qué no firmé aquellos papeles. El meterse conmigo de continuo solo era por una razón; mi condición, Y sé que repito y repito siempre lo mismo pero, ¿Crees necesario utilizar tantas palabrotas? —se levantó y se llenó las dos manos de todas los caramelos que antes estaban en el candelabro de su derecha.
—No vuelvas siempre con la misma mierda, machote. Eres mu petardo.
—Sabes que no me gusta que me llames así. Tal vez, algún día; veas, aunque no sé cuándo, que volvemos a estar juntos felices los tres. Lo único que hacía que se metiera conmigo era mi condición —declaró desenvolviendo el segundo caramelo y metiéndoselo junto al otro en la boca.
—Princesita, ¿Espina con una mujer? Te se va —dijo haciendo círculos con su dedo índice lo más cerca de su sien que podía.
—¡Ni macho ni princesa, chaval!. No te pases ni un pelo.
—Te se da muy mal hacer de padre y lo sabes.
—Y de madre —masculló Ramón mirando al suelo.
—Bravo —gritó Diego sonriente y aplaudiendo con todas sus ganas —menos mal que te das cuenta. ¿Y qué piensas hacer para cambiarlo?
—Pues tengo dos opciones, o bien suicidarme u operarme, hormonarme o no sé qué hay que hacer para un cambio de... como este.—dijo señalando su barba y sus piernas llenas de pelos.
—La primera opción es la más fácil. Ya te lo dijo.
—Y la más cobarde. Que extraño deja vu, ¿no crees? — preguntó Ramón masticando el primer caramelo y metiéndose otro a su vez.
—Sabes que hemos tenido una burrada de veces ya ésta conversación, ¿crees qué va a cambiar algo alguna vez? —dijo fijando la mirada en la fea puerta color azul pálido.
—¿Y tú vas a cambiar? Antes no eras así. Eras un niño cariñoso, alegre y sobre todo nunca decías palabrotas.
—Sabes perfectamente por qué hago esto.
—¿Pero hasta cuándo vas a seguir?
—¿Y tú?
—Mañana mismo si decides cambiar tú primero y me das facilidades. Hasta hoy no tengo ni idea de cómo va el proceso. —ansioso, abrió otros dos caramelos y se los metió de una en su fina boca.
—Pues a ver primero, eso es chantaje, y segundo tendríamos que hablar con Miguel, la drag queen e informamos según presupuesto.
—Esto es demasiado. El presupuesto ya sabes cuál es. Y de verdad, ¿es necesario hablar con Miguel?
—Tranquilo lo decía de broma. —Diego se levantó del sofá y fue hacia el teléfono de la entrada—. Ahora mismo, antes de que te arrepientas, llamo al tío Alberto a ver si él tiene contactos.
—Espera. Espera. ¿Qué haces?
Ramón se iba a levantar cuando vino Diego, y poniéndole las manos en los hombros, le dijo tranquilizándolo:
—Papá relájate. No es tan difícil como crees — articulo poco convencido.
Y le dio un beso en la frente. Un beso de los que antes le daba. Y Ramón se sentó. Solo necesitaba apoyo y ahora tenía más que eso: el cariño de su hijo.
Ramón miraba a un punto fijo de la pared con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en su rostro.
Unos minutos más tarde, su hijo volvió al salón relajado y con aire de tener buena noticias que contar.
—Hijo ¡Has vuelto! ¿Qué dice el tío?

                                                                                                                                                        2018