lunes, 3 de diciembre de 2018

Crecer por un hombre

Doña Espina no tragaba a las parejas homosexuales, ni cualquier cosa que proviniese de esa secta, como acostumbraba a llamarla ella. Parecía que la casa estaba pintada a su gusto en ese sentido, ya que si uno se fijaba bien, ningún color de la bandera arco iris imperaba en ninguna de las habitaciones. Las paredes tenían ese color gris, plata sucia de los palacios del siglo XX. El salón, la estancia más grande y cuadrada de la casa, estaba llena de candelabros donde en lugar de velas, había caramelos en los agujeros. Éstos estaban sobre mesas de una sola pata haya donde mirases y sofás largos colocados ahí de forma desordenada, un armario empotrado con fotos familiares, y en una esquina, una chimenea con las paredes ennegrecidas y unos papeles quemados donde se hacía las fogatas antaño.
—¿Ves? Ahí están los papeles del divorcio que no quisiste firmar por gilipollas. Que ya hay que ser inútil, no era tan difícil. Ahí estaba la oportunidad de vivir lejos de esa hija de puta y dejar de ser tan pánfilo, porque dime ¿alguna vez has dejado de ser un puto inútil? Bueno. Mejor no me contestes —dijo Diego mirando indiferente la hora en su nuevo Iphone—. Me sé la respuesta.
—Sabes muy bien por qué no firmé aquellos papeles. El meterse conmigo de continuo solo era por una razón; mi condición, Y sé que repito y repito siempre lo mismo pero, ¿Crees necesario utilizar tantas palabrotas? —se levantó y se llenó las dos manos de todas los caramelos que antes estaban en el candelabro de su derecha.
—No vuelvas siempre con la misma mierda, machote. Eres mu petardo.
—Sabes que no me gusta que me llames así. Tal vez, algún día; veas, aunque no sé cuándo, que volvemos a estar juntos felices los tres. Lo único que hacía que se metiera conmigo era mi condición —declaró desenvolviendo el segundo caramelo y metiéndoselo junto al otro en la boca.
—Princesita, ¿Espina con una mujer? Te se va —dijo haciendo círculos con su dedo índice lo más cerca de su sien que podía.
—¡Ni macho ni princesa, chaval!. No te pases ni un pelo.
—Te se da muy mal hacer de padre y lo sabes.
—Y de madre —masculló Ramón mirando al suelo.
—Bravo —gritó Diego sonriente y aplaudiendo con todas sus ganas —menos mal que te das cuenta. ¿Y qué piensas hacer para cambiarlo?
—Pues tengo dos opciones, o bien suicidarme u operarme, hormonarme o no sé qué hay que hacer para un cambio de... como este.—dijo señalando su barba y sus piernas llenas de pelos.
—La primera opción es la más fácil. Ya te lo dijo.
—Y la más cobarde. Que extraño deja vu, ¿no crees? — preguntó Ramón masticando el primer caramelo y metiéndose otro a su vez.
—Sabes que hemos tenido una burrada de veces ya ésta conversación, ¿crees qué va a cambiar algo alguna vez? —dijo fijando la mirada en la fea puerta color azul pálido.
—¿Y tú vas a cambiar? Antes no eras así. Eras un niño cariñoso, alegre y sobre todo nunca decías palabrotas.
—Sabes perfectamente por qué hago esto.
—¿Pero hasta cuándo vas a seguir?
—¿Y tú?
—Mañana mismo si decides cambiar tú primero y me das facilidades. Hasta hoy no tengo ni idea de cómo va el proceso. —ansioso, abrió otros dos caramelos y se los metió de una en su fina boca.
—Pues a ver primero, eso es chantaje, y segundo tendríamos que hablar con Miguel, la drag queen e informamos según presupuesto.
—Esto es demasiado. El presupuesto ya sabes cuál es. Y de verdad, ¿es necesario hablar con Miguel?
—Tranquilo lo decía de broma. —Diego se levantó del sofá y fue hacia el teléfono de la entrada—. Ahora mismo, antes de que te arrepientas, llamo al tío Alberto a ver si él tiene contactos.
—Espera. Espera. ¿Qué haces?
Ramón se iba a levantar cuando vino Diego, y poniéndole las manos en los hombros, le dijo tranquilizándolo:
—Papá relájate. No es tan difícil como crees — articulo poco convencido.
Y le dio un beso en la frente. Un beso de los que antes le daba. Y Ramón se sentó. Solo necesitaba apoyo y ahora tenía más que eso: el cariño de su hijo.
Ramón miraba a un punto fijo de la pared con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en su rostro.
Unos minutos más tarde, su hijo volvió al salón relajado y con aire de tener buena noticias que contar.
—Hijo ¡Has vuelto! ¿Qué dice el tío?

                                                                                                                                                        2018

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