domingo, 14 de abril de 2019

Diario de un rana

“Las ranas se alejaran de ti y de tus casas, de tus servidores y de tu pueblo, y no quedaran más que en el río”. Ex 8.7.

Estaba siendo una mañana extraña. Yo en el sofá, con mi familia... Para mi sorpresa sonó el teléfono, estábamos esperando la llamada del Ramón y Cajal, pero no eran ellos sino mi madre.
“Cariño, es mi padre ha llamao... desde el hospital, y me ha dicho que mi madre ha... ha... fallecido”. Fue todo lo que escuché entre sus titubeos.
Mi padre empezó a llorar, pero no tardo en recomponerse.
—Cálmate, piensa que ahora ya no sufre. ¿Qué estás en Canillas? Espérame en la glorieta de Mar de Cristal y cogemos juntos el 125. Así te hago compañía.
Colgó el teléfono.
—Rocío, Enrique. La abuela.....
—¡Noooo, jodeeer, no puede ser, no puede ser, no puede ser!
Mi hermana se tiraba del pelo como una loca y pegaba puñetazos al puz, a la mesa de cristal y a todo lo que no se moviese.
—No sabeís cuánto.... he rezado para que Dios se acordase de ella.
Yo siempre tan impertinente dije con mi voz de mesías relajado.
—No te equivoques papá, Dios, tal vez, le pusiera el parkinson, pero quien se ha acordao de ella ha sido Satán, el ángel que se rebeló contra Él.
—Gilipollas, cállate, la abuela no está en el infierno— me regañó mi dulce hermana.
Claro que no, hermana. Su cuerpo está bajo tierra y su recuerdo repartio en las mentes de todos sus familiares, pensé pa mí.
Rocio salió del salón dando un portazo.
Yo me puse frente a mi padre, y con las pocas lágrimas que saqué en ese momento le dije:
—Papá yo hasta que no se denuncie a los bata blancas por posible negligencia no me voy a quedar tranquilo.
Él me abrazó. Creería que lo necesitaba.
—Nombra a Satán otra vez y verás —me susurro al oído, como en las películas.
—Cuando quien te esperas no hace lo que hay que hacer, y sí, hablo de nuestro Señor Jesucristo, otros cogen el relevo. Y si Lucifer, el ojo derecho, en su día, de Dios le llevo la contraria fue por algo que no le gustó.
Un tío, que habría visto dos veces de pequeño, vino a recogernos, así que nos pusimos “decentes” y bajamos puntuales como nuestro padre nos enseñó.
En verdad ni creía en velatorios ni funerales ni cementerios, pero ya que al hospital no había ido y llovía, decidí no escaparme con la bici como haría en cualquier otro caso.
Bajé las escaleras con mi hermana, que ya hablaba sola: “Tendría que haber estao más con ella, apenas la hice caso”. Así una, y otra, y otra vez. Vivíamos en un octavo.
Cuando salimos del portal, el tío de mi madre nos esperaba. Nos preguntó: “¿Que tal? Nos dijo: “Estáis mu grandes”, y nos abrazó. Sería el primer abrazo de un desconocio de esa noche. Menos mal que son abrazos de muerte en muerte.
Cuando llegamos al velatorio, nada más bajarnos, nos esperaban dos de mis primos, vestidos muy “decentes”.
—Hace mucho tiempo que no la veis. ¿Me equivoco?
—¿Cuanto tiempo habéis pasado con ella? Viva, me refiero. —Le respondí.
Durante toda la noche, Rocío no dejó de mirarme. Papá y mamá nos habían recomendado que si queríamos no viésemos el cuerpo de la abuela, que nos quedásemos atrás. Así que a diferencia de los demás tuvimos que entretenernos de otra manera. Yo me fijé en otro “cuerpo”. Una prima que tendría tres años menos que yo, o sea catorce, como mi hermana. Sabía que aquello no se consideraría correcto, pero nunca antes había hecho algo correcto, así que decidí lanzarme.
—Claudia, ¿Verdad?
—Y tú Enrique ¿no?
Estuvimos con las típicas preguntas de dos personas que acaban de conocerse. Yo estaba ya muy nervioso, la verdad.
Me imagino que debió ser durante ese tiempo cuando Rocío, mi dulce y amada hermana, aprovechó que no la estaba mirando para echar unos huesecillos de ancas de rana —o eso me dirían los maderos al día siguiente— en un vasito de menta poleo.
No era de mucha infusión, pero casi todos bebían ese agua manchada, y no, no fue por ser como los demás, ya ves, solo que a esas alturas me ardían los ojos, me sudaban las manos e iba hasta el culo de ansiedad, así que no podía ni pensar siquiera.
Así decidí coger el vaso que tenía más cerca y beber. Sentí como si varias agujas se incasen dentro de mi garganta...

                                                                                                                                                           2018