jueves, 15 de noviembre de 2018

Rojo

26 de febrero de 2015. (Autopista M-40).

La noche era oscura y la mitad de las farolas estaban fundidas así que los que entraban a Madrid lo tenían muy negro.
En el arcén del carril de deceleración, que daba a Estación de Hortaleza, había una chica de baja estatura y delgada caminando sin rumbo aparente. Su rubia melena brillaba con las luces de los coches. Cuando la alumbraban, se podía ver que en una de sus manos lo que a simple vista parecía una tela triangular con una macha roja del tamaño de un pañuelo.
La única ropa que llevaba era una larga camiseta blanca que dejaba transparentarse su níveo cuerpo. Estaba pálida y con la defensas bajas, pero en su interior se encontraba eufórica, motivo por el cual no paraba de saltar de un lado a otro... muchos coches tuvieron que dar un volantazo para poder sortearla y también esquivar a los coches que iban frenando según se iban acercando. Pero ninguno se paraba. A ella no le importaba; era feliz, aunque no supiese muy bien lo que era aquello.
Tiempo más tarde se le acercó un Ford Fiesta rojo. Ella se giró cegada por los faros. Un joven abrió la ventanilla:
—Oye, ¿necesitas ayuda? —el joven se había equivocado de salida y llevaba media hora dando vueltas. A veces pensaba que por muchos 18 años que tuviese no le deberían de haber dado la L de lerdo.
—¡He manchado! —gritó con todas las fuerzas que pudo sacar.
—¿Cómo? —miró a la carretera echándose para detrás el pelo.
—!Que me ha salido sangre por el coño! —le explicó gesticulando y saltando de un lado a otro.
—Baja la voz, por favor —ya empezaba a arrepentirse de haberse parado.
¿Esto es una broma? ¿Dónde está la cámara? Si estuviese en lo que hay que estar no me encontraría en esta situación
—¿Por qué? Esto hay que celebrarlo.
—¿El qué?
—Ya te lo he dicho. Me vas a invitar a entrar al coche, ¿o no?. —dio un paso vacilante.
—Lo siento. Claro, monta.
Sigue por tu camino que yo seguiré con el mío, eso es lo que tendría que haber dicho. Gilipollas. Que no piensas. Y lo siento ¿por qué? pensó el chico.
La chica sin pensárselo dos veces se montó en el asiento de copiloto.
—Pero sin las bragas, por favor —intentó decirle Alberto sin titubear por los nervios.
—¿Las bragas? ¿cuáles? —dijo picarona.
—Las de la mano, por favor. No es muy normal.
—¿Y por qué? Que sepas que las quería guardar, pero por ti... —le dijo estirando las bragas para lanzarlas a la cuneta.
El joven dejó pasar el comentario y el gesto. Y se acomodó en su asiento. Cada vez estaba más confuso.
—¿Cómo te llamas? —la chica se abrió levemente de piernas.
—¿Para? —dijo sin pensarlo mucho.
—De donde vengo lo primero que se pregunta es el nombre.
—¿Y de dónde vienes? —las palabras le salieron sin pensarlo.
—Te metería en un lío si te lo cuento. Llévame a algún lado por favor. Excepto a comisaría a dónde tú quieras. Por cierto soy Dulce.
El chico tardó en reaccionar. ¿Dulce? eso suena a nombre de prostituta. Creo que había una justo con ese nombre en Aída. Además tengo que decirla que se baje, cuando ha dicho lo de que no la lleve a comisaria alomejor es porque podría estar encubriendo a una sospechosa o peor, a una delincuente y hacerme cómplice de encubrimiento.
—Yo Alberto. —quitó el freno de mano y arrancó —te aviso que no soy muy bueno conduciendo y hablando a la vez.
—¿Y si conduzco yo? No debe ser muy complicado. —alargó las manos hacía el volante —¿Enséñame cómo va esto?
—¡Estate quieta! Esto no es un juego —dijo nervioso apartándole las manos con el brazo—. ¿Has cogido alguna vez un coche o te has sacado el carnet de conducir? —le dijo señalándole la L de la parte de atrás del vehículo.
—No. Solo quería ayudarte. Bueno pues no hablamos más hasta qué lleguemos donde me lleves y punto.
Él se la quedó observando por un momento y le miró de arriba a abajo. En verdad tenía su atractivo pese al estado en el que se encontraba.
¿Qué le habría pasado?
Dulce se quedó ensimismada mirando sus bragas por la ventana. Viéndolas hacerse más y más pequeñas en la lejanía; le pasaron tantos recuerdos por la cabeza. Tras un rato se giró hacia él. Por un segundo se cruzaron sus miradas. Un segundo que le pareció a Alberto una eternidad. La situación le venía grande, sin duda, aquello no le ocurría todos los días. Ella se abalanzó sobre él y le besó.
Alberto no le dio tiempo a reaccionar. Pegó un frenazo y casi se estrellan con los coches aparcados de la avenida. Fue Dulce la que viendo que él no se inmutaba se separó de él.
—¿Qué haces? —su cabeza estaba echa un lio. En ese momento sintió tantas cosas a la vez que no pudo analizar bien la situación. Pensó que era su primer beso y robado, joder.
—Te he visto como me mirabas.
—¿Y como te miraba? Porque he frenado a tiempo sino nos vamos contra esos coches —le gritó Alberto señalándole los coches de su derecha.
—Lo siento.
—Tranquila, —cogió respiración y miró por la ventanilla —estamos todos nerviosos. Hoy está siendo un día muy raro para todos, supongo.
¿En qué coño te estás metiendo? pensó Alberto.
Dulce le puso la mano en la pierna, la cual retiró al momento sabiendo que podía empeorar tal vez las cosas. Le miro intentando reconducir la situación. Sabía que no podía volver atrás, pero al menos estaba a tiempo de bajar la tensión en el ambiente.
—Yo estoy bien y tú también ¿no? —Hubo un pequeño silencio— ¿puedes conducir?
Levantó la cabeza del volante miró alrededor y metiendo la primera marcha le asintió con la cabeza.
—Podemos salir a que te dé un poco el aire, si quieres o puedo conducir yo.
Dulce le cogió de la barbilla y se lo quedó mirando. Alberto hizo un amago de reírse por la broma.
—No, estoy bien. Gracias.
Haber que hago yo ahora. ¿Dónde puedo ir con mi nueva amiga?. De verdad que en los problemas en los que me meto no se mete nadie, no podía conformarme con mis propios problemas que encima tengo que lidiar con los de otros desconocidos.
Además de alguna mirada esporádica, no dijeron palabra alguna hasta que pararon en el aparcamiento del Parque Valdebebas.
—Pensaba que íbamos a ir a tu casa.
—En mi casa están mis padres y no se me ocurre otro lado mejor que este dadas las circunstancias. Por aquí suele pasar pocas personas así que...
—¿Qué circunstancias?
—Pues que no te conozco de nada. Eres una chica muy rara y además vas casi desnuda.—enumeró cansinamente Alberto.
—Excepto que soy rara, te doy toda la razón en lo demás. Porque tú normal que digamos no eres.
—También es verdad —se corrigió Alberto.
—Ahí hay un Burger King había pensado que mientras pensamos en que hacer podemos tomar algo. Yo al menos tengo hambre.
—Un poco, pero no tenías por que.— Se sorprendió de lo rápido que había perdido el enfado y los nervios.
Dulce pensó que pensaría su acompañante si supiese dónde y que guardaba en sus ingeniosos bolsillos que se había apañado ella misma...
— ¿Qué te apetece?
—Lo más barato. Me como todo.
—Te gustan las patatas ¿no?
—¿Arrugadas?
—No. Fritas.—Le dijo con los ojos como platos. ¿De dónde has salido Dulce?
—Bueno, pues no sé . Probaremos —dijo moviendo la lengua de un lado a otro.
—Te estás confundiendo... —le alerto Alberto. Aunque al final decidió desistir en su intento de corregirla.
—¿Qué? —Dulce la miró con un brillo en los ojos que ha Alberto le recordó a los de un gato.
—Nada. —Se quedó prendido a su mirada. Ahora que ya no estaba conduciendo pudo ver que ella tenía los ojos marrones y con la poca luz de la zona le parecieron que realmente tenían un brillo especial—Vale pues ahora vengo, no te muevas.
Ella le miro sin más y le asintió con la cabeza levemente.
No solía haber mucha gente en el local, así que tardó poco en comprar dos bolsitas medianas de patatas.
Alberto abrió la puerta del coche y entró.
—Toma Dulce —dijo sin mirarla. Aquella chica le llamaba tanto la atención como ninguna antes lo había hecho. No solía hablar mucho con chicas. Sin lugar a dudas ésta sería la conversación más larga con una mujer que hubiese mantenido en su vida.
Siempre que se dirigían a ella la llamaban así refiriéndose al timbre de su voz; tan dulce para muchos. Así que Dulce empezó a llorar en cuanto escuchó su nombre. Su primer impulso fue secarse con la camiseta, pero descartó la idea en cuanto le vino.
—Tranquila. sé que no quieres, o no puedes, pero vas a estar mejor sí me cuentas que te ocurre.
—Te estaría haciendo cómplice, eso es lo que ocurriría —reflexionó unos segundos en lo que se metió una patata en la boca. Por la cara que puso no pareció decepcionarla— Y tú lo único que has hecho es tratarme como nadie lo había hecho antes— dijo entre llanto y llanto.
—Pero si yo no he hecho nada, alguien te habrá tratado mejor, seguro. ¿Tus padres, por ejemplo?
Hubo un silencio en el que ambos estuvieron mirando a las alfombrillas del coche. Alberto rompió el crudo silencio.
—Bueno pues tú dirás ahora que hacemos —reposo sus patatas en la caja de cambios y esperó.
Dulce se sorbió los mocos, cogió aire y le miró.
—Desde que tengo uso de razón he estado sin saber apenas nada del mundo. Y lo poco que sé, es por los clientes que atendía. Y no es que quisieran charlar mucho; iban directos a por lo que sabían que se hacía ahí; A follar como nunca antes lo habían hecho sabiendo que todas estábamos allí en contra de nuestra voluntad. ¡Qué nos estaban violando! Pero sabían que tendrían su doble recompensa; Placer y bebé como suelen decir los jefes. No vi a ninguno de mis hijos ni siquiera me enteraba de cuando los tenía, me tenían drogada casi todo el tiempo así que no me enteraba de nada. La mayor parte de estos años he estado embarazada por eso...
—Hijos de puta —Ahora entiendo por que quería guardar su ropa interior —No te eches la culpa de nada. No eras tú.
—Un día un hombre mayor de alrededor de 60 años aproximadamente, se encaprichó de mí y me dijo que me sacaría de ahí y nos iríamos muy lejos a una isla del Caribe.
—Lo típico. Todos son iguales —No sabía muy bien porque había dicho eso.
—Eso creía yo también. Hasta que el ha cumplido lo que me prometido y te he conocido a ti.
Alberto miró nervioso por la ventanilla. Bajó el cristal y respiró profundamente.
—Mis compañeras y yo solíamos decir que daba igual la edad, raza o ideología política que tuviesen, todos nos veían de la misma manera.
—Ahora tienes un nuevo mundo que descubrir. Tal vez te suene a frase de película, pero es que no sé que decirte ahora mismo.
Ella le miró extrañada. Dulce no sabia lo que era la tele excepto en ocasiones que los chulos ponían por navidad el discurso del rey y para poco más.
—Pero es que no sé que va a pasar ahora. Tienen a muchas, pero no creo que se arriesguen a que pueda decirle yo algo a la policía.
—¿Qué tienes pensado hacer?
—La verdad es que nada, salir de ahí fue algo impulsivo. Seguí los pasos que me dijo el hombre y ya está.
—No tienes a nadie que pueda...
—¿Familiares, amigos? —Dulce ni se inmutó. Por autocontrol se tenía que compadecer de ella misma.
Que pregunta más tonta, si me acaba de decir que lleva desde que logra recordar metida en un prostíbulo, debería hacer algo por ayudarla. Joder, Alberto ya has hecho demasiado, ya has tenido tu aventura ahora olvida todo esto. Aquí no ha pasado nada. Pero es que no puedo...
—Alomejor no es lo que te esperabas, pero tengo un amigo que tiene habitaciones de sobra y no creo que le importe...
—¿Quieres dormir conmigo?
—No, no es eso. Quiero decir que estarías cómoda allí.
—No quiero molestar a nadie, además no conozco a tu amigo de nada. No creo que quiera meterme en su casa.
—Por eso no te preocupes. Le conozco de toda la vida. Les puedo decir a mis padres de quedarme en la casa de mi amigo. Así alomejor te sientes más segura. Si es eso lo qué quieres, claro.
—¿Por qué haces esto?
—Supongo que por ayudarte.
—Eres muy buena persona.
Alberto se ruborizo
—Yo solo me he dejado llevar, no suelo pensar mucho cuando conduzco —dijo dibujándosele una sonrisa en su rostro. Por primera vez desde que habían abandonado el arcén, Dulce intentó una tímida sonrisa.
—No sé que va a pasar Alberto. Pero me gustaría que si saliera todo bien seguiríamos viéndonos.
—Tranquila. Haré todo lo posible para que nos sigamos conociendo.
No era eso lo que queria decir exactamente pero o bien por inseguridad o la ansiedad del momento le salió esa frase de heroe de las péliculas.
Alberto se acercó a Dulce y le empezó a besar. Sin pensar. Sin prejuicios.

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