sábado, 29 de diciembre de 2018

Directa al estrellato

Está sonando el teléfono. Me acerco a ver si sale el número en la pantalla. Cago en la puta, la identificación de llamadas la quitamos la semana pasada. Me muevo inquieta por todos lados, y doy gracias a que esté llamando ahora y no en otro momento; si estuvieran mis padres, seguro que me obligarían a cogerlo.
Hace un mes que hablamos ya; Ismael y yo, así que como todos los meses acostumbrada a que nunca falle, pienso que tiene que ser él. Pero si algo tengo claro es que al pasado no pienso regresar. Me estoy quitando de todo lo anterior. La gente no entiende que las personas cambian, y lo hacen cuando puede y quiere. Y en mi caso tarde o temprano, más bien tarde, tenía que poder. Tenía que rescatar todos esos años perdidos. Perdidos, para quién coño le interese, entre hospitales y psicólogos. Sin poder tener una personalidad propia como los demás que iban conmigo a clase.
Eso sí, ahora creo tener las ideas claras, o eso me repito constantemente.
Sea quien sea, es un puto cansino porque cuando dejo de rayarme, el jodido teléfono sigue sonando.
—¿Di diga? —dije, dando pena, con un tartamudeo bastante peculiar.
—Hola, princesita, o más bien exprincesita.
—Ya no soy una princesa. Ya ni te gusto ni nos entendemos. Tú sigues con esos ideales rancios y yo ahora estoy más abierta en todos los sentidos; excepto de piernas para ti...además no comprendes mi cambio. Vives con la idea de que el amor idealista no es amor si no duele. Y no es así chaval.
Cuelgo. No se me ocurre más que decir, para sorpresa de él como de mí misma. Como acto reflejo: improvisaciones del directo. No puedo evitar la risa. Me imagino su cara al no esperarse que le dijese aquello y menos que le colgase como a la mitad de algo importante. Sonriendo sigo con lo que hacía antes: escribir a mis nuevos amigos por instangram; los primeros, los únicos. Ellos sí me entienden y comprenden mis historias, o eso al menos creo.

Final 2

Está sonando el teléfono. Me acerco a ver si sale el número en la pantalla. Cago en la puta, la identificación de llamadas la quitamos la semana pasada. Me muevo inquieta por todos lados, y doy gracias a que esté llamando ahora y no en otro momento; si estuvieran mis padres, seguro que me obligarían a cogerlo.
Hace un mes que hablamos ya; Ismael y yo, así que como todos los meses; acostumbrada a que nunca falle, pienso que tiene que ser él.
Este como muchos familiares no entiende mi cambio ni físico ni ideológico ni de vida que estoy llevando a cabo. Ni que estuviese haciendo campaña electoral todo el rato como ellos, Pensaba que ellos, conociendo mi pasado iban a ser algo más tolerante. Pero ya veo que no. Para quién coño le importe: Desde los 12 años hasta los 14 pase por varios Trastornos Obsesivo Compulsivo —TOC que lo llaman para acortar—. Así que no pude hacer muchos amigos en el instituto dado que me convertí en una solitaria; no quería escuchar a nadie, ni ver la tele para no ir corriendo a contárselo a mis padres. Cuando conseguí salir de toda esa mierda no se me ocurre mejor manera que raparme el pelo y asumir la ideología skinhead; vamos repetir como un loro sin conocimiento alguno las típicas frases de los fascistas. Pero eso es cosa del pasado y si algo tengo bien claro es que paso de volver a él.
El teléfono sigue sonando. Ya hasta la narices decido cogerlo. Cuando escucho su voz, cuelgo. En verdad era quién me esperaba.

                                                                                                                                                           2018

lunes, 3 de diciembre de 2018

Crecer por un hombre

Doña Espina no tragaba a las parejas homosexuales, ni cualquier cosa que proviniese de esa secta, como acostumbraba a llamarla ella. Parecía que la casa estaba pintada a su gusto en ese sentido, ya que si uno se fijaba bien, ningún color de la bandera arco iris imperaba en ninguna de las habitaciones. Las paredes tenían ese color gris, plata sucia de los palacios del siglo XX. El salón, la estancia más grande y cuadrada de la casa, estaba llena de candelabros donde en lugar de velas, había caramelos en los agujeros. Éstos estaban sobre mesas de una sola pata haya donde mirases y sofás largos colocados ahí de forma desordenada, un armario empotrado con fotos familiares, y en una esquina, una chimenea con las paredes ennegrecidas y unos papeles quemados donde se hacía las fogatas antaño.
—¿Ves? Ahí están los papeles del divorcio que no quisiste firmar por gilipollas. Que ya hay que ser inútil, no era tan difícil. Ahí estaba la oportunidad de vivir lejos de esa hija de puta y dejar de ser tan pánfilo, porque dime ¿alguna vez has dejado de ser un puto inútil? Bueno. Mejor no me contestes —dijo Diego mirando indiferente la hora en su nuevo Iphone—. Me sé la respuesta.
—Sabes muy bien por qué no firmé aquellos papeles. El meterse conmigo de continuo solo era por una razón; mi condición, Y sé que repito y repito siempre lo mismo pero, ¿Crees necesario utilizar tantas palabrotas? —se levantó y se llenó las dos manos de todas los caramelos que antes estaban en el candelabro de su derecha.
—No vuelvas siempre con la misma mierda, machote. Eres mu petardo.
—Sabes que no me gusta que me llames así. Tal vez, algún día; veas, aunque no sé cuándo, que volvemos a estar juntos felices los tres. Lo único que hacía que se metiera conmigo era mi condición —declaró desenvolviendo el segundo caramelo y metiéndoselo junto al otro en la boca.
—Princesita, ¿Espina con una mujer? Te se va —dijo haciendo círculos con su dedo índice lo más cerca de su sien que podía.
—¡Ni macho ni princesa, chaval!. No te pases ni un pelo.
—Te se da muy mal hacer de padre y lo sabes.
—Y de madre —masculló Ramón mirando al suelo.
—Bravo —gritó Diego sonriente y aplaudiendo con todas sus ganas —menos mal que te das cuenta. ¿Y qué piensas hacer para cambiarlo?
—Pues tengo dos opciones, o bien suicidarme u operarme, hormonarme o no sé qué hay que hacer para un cambio de... como este.—dijo señalando su barba y sus piernas llenas de pelos.
—La primera opción es la más fácil. Ya te lo dijo.
—Y la más cobarde. Que extraño deja vu, ¿no crees? — preguntó Ramón masticando el primer caramelo y metiéndose otro a su vez.
—Sabes que hemos tenido una burrada de veces ya ésta conversación, ¿crees qué va a cambiar algo alguna vez? —dijo fijando la mirada en la fea puerta color azul pálido.
—¿Y tú vas a cambiar? Antes no eras así. Eras un niño cariñoso, alegre y sobre todo nunca decías palabrotas.
—Sabes perfectamente por qué hago esto.
—¿Pero hasta cuándo vas a seguir?
—¿Y tú?
—Mañana mismo si decides cambiar tú primero y me das facilidades. Hasta hoy no tengo ni idea de cómo va el proceso. —ansioso, abrió otros dos caramelos y se los metió de una en su fina boca.
—Pues a ver primero, eso es chantaje, y segundo tendríamos que hablar con Miguel, la drag queen e informamos según presupuesto.
—Esto es demasiado. El presupuesto ya sabes cuál es. Y de verdad, ¿es necesario hablar con Miguel?
—Tranquilo lo decía de broma. —Diego se levantó del sofá y fue hacia el teléfono de la entrada—. Ahora mismo, antes de que te arrepientas, llamo al tío Alberto a ver si él tiene contactos.
—Espera. Espera. ¿Qué haces?
Ramón se iba a levantar cuando vino Diego, y poniéndole las manos en los hombros, le dijo tranquilizándolo:
—Papá relájate. No es tan difícil como crees — articulo poco convencido.
Y le dio un beso en la frente. Un beso de los que antes le daba. Y Ramón se sentó. Solo necesitaba apoyo y ahora tenía más que eso: el cariño de su hijo.
Ramón miraba a un punto fijo de la pared con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en su rostro.
Unos minutos más tarde, su hijo volvió al salón relajado y con aire de tener buena noticias que contar.
—Hijo ¡Has vuelto! ¿Qué dice el tío?

                                                                                                                                                        2018

viernes, 16 de noviembre de 2018

ELLA

Me acuerdo de los besos que no nos dimos. Me acuerdo de tantas oportunidades fumadas. Me acuerdo de tantos amaneceres y puesta de sol quemando recuerdos mientras el tiempo nos soplaba en la nuca. Me acuerdo de la gran pila de papeles ardiendo en el pozo de mis lágrimas —Tuyas no iban a ser—. Me acuerdo que había más tuyos y malos que míos. Me acuerdo cuando te pregunté melancólico por qué cojones no habíamos estado juntos antes. Me acuerdo lo que me contestaste: Te hubieses quitado la vida por exceso, de alguna mierda cualquiera. Me acuerdo que no lo entendí entonces. Me has dejado vacío con tu marcha. Cuando te apartaste de mí, me quedé sin nada en el pecho. Volaste lejos y no me dijiste a donde fuiste. Ya no puedo ni quiero recordar, me dijo a cada mañana, si echas la mirada atrás no podrás quitarte nunca de la cabeza esos momentos e instantes que aunque muchos momentos tal vez vanos, sin intenciones y frustrados tuvieron su elegancia. Nunca dejarás de llorar. ¿Un paso hacia delante? Dos hacia atrás. Por si no hubiese metido la pata hasta el fondo. Ahí, Alma que va y viene y en el camino se pierde. Alma, por encontrarte daría mi vida.
No veo el momento de encontrarme y la oportunidad del reencuentro. Revivir el origen. Tú sigues igual, pero yo he cambiado o al menos eso creo. Creerme en lo más alto fue lo que me hizo perder. El Presente (u otro presente) Te miro y no se que hacer. Bueno... sí, lo único que he hecho es componer poemas para ti. Desde el primer día que te vi puse mis ojos en ti y desde ese momento no dejo de pensar en ti. Paralizado estoy ante tu tez amarilla y luminosa. Todo se me hace bola sin tu olor. No puedo ni debo verte así. Se me parte el alma. ¿Qué he de hacer para volverte a ver llena y vaciarme a pleno pulmón a tu lado? Te dejas caer como luciérnaga brillando ante mi ¿O es mi imaginación? Ya no distingo entre sueño y realidad. No me encuentro si a mi lado no estás. El pasado Vivimos demasiado deprisa y se acabó tan pronto todo. Fue lo primero que vi. Las circunstancias te pusieron en medio de mi camino, y yo sin nada ni nadie a quien arrimarme, no me lo pensé. No perdí la oportunidad de probar tus besos y sus efectos medicinales en mí. Y tu savia se me hace veneno. Como ebrio doy tumbos por ahí contigo de la mano. Ni a ti ni esta especie de carta que escribo se me olvidan. A diferencia que esto no es para ti. Alba, Alma, Iris. Simplemente Ella. El futuro incierto Y los pedazos de los cristales no los recogeré. Me iré a dormir la mona, porque es así como me siento. Me ofreces más daño que placer hoy. Hoy para cortarme las venas, hermoso día. Cuan caprichoso se me hace sangrar. Al menos tendría algo que beber. No me mires así, joder. Cualquiera tiene sed de tu cuerpo amargo y de tu cuello largo. Podría encontrar amigas tuyas en cualquier lado: la Mahou, la Cruzcampo, la Amstel... Pero ya no sería lo mismo.

                                                                                                                                                         2018

jueves, 15 de noviembre de 2018

Rojo

26 de febrero de 2015. (Autopista M-40).

La noche era oscura y la mitad de las farolas estaban fundidas así que los que entraban a Madrid lo tenían muy negro.
En el arcén del carril de deceleración, que daba a Estación de Hortaleza, había una chica de baja estatura y delgada caminando sin rumbo aparente. Su rubia melena brillaba con las luces de los coches. Cuando la alumbraban, se podía ver que en una de sus manos lo que a simple vista parecía una tela triangular con una macha roja del tamaño de un pañuelo.
La única ropa que llevaba era una larga camiseta blanca que dejaba transparentarse su níveo cuerpo. Estaba pálida y con la defensas bajas, pero en su interior se encontraba eufórica, motivo por el cual no paraba de saltar de un lado a otro... muchos coches tuvieron que dar un volantazo para poder sortearla y también esquivar a los coches que iban frenando según se iban acercando. Pero ninguno se paraba. A ella no le importaba; era feliz, aunque no supiese muy bien lo que era aquello.
Tiempo más tarde se le acercó un Ford Fiesta rojo. Ella se giró cegada por los faros. Un joven abrió la ventanilla:
—Oye, ¿necesitas ayuda? —el joven se había equivocado de salida y llevaba media hora dando vueltas. A veces pensaba que por muchos 18 años que tuviese no le deberían de haber dado la L de lerdo.
—¡He manchado! —gritó con todas las fuerzas que pudo sacar.
—¿Cómo? —miró a la carretera echándose para detrás el pelo.
—!Que me ha salido sangre por el coño! —le explicó gesticulando y saltando de un lado a otro.
—Baja la voz, por favor —ya empezaba a arrepentirse de haberse parado.
¿Esto es una broma? ¿Dónde está la cámara? Si estuviese en lo que hay que estar no me encontraría en esta situación
—¿Por qué? Esto hay que celebrarlo.
—¿El qué?
—Ya te lo he dicho. Me vas a invitar a entrar al coche, ¿o no?. —dio un paso vacilante.
—Lo siento. Claro, monta.
Sigue por tu camino que yo seguiré con el mío, eso es lo que tendría que haber dicho. Gilipollas. Que no piensas. Y lo siento ¿por qué? pensó el chico.
La chica sin pensárselo dos veces se montó en el asiento de copiloto.
—Pero sin las bragas, por favor —intentó decirle Alberto sin titubear por los nervios.
—¿Las bragas? ¿cuáles? —dijo picarona.
—Las de la mano, por favor. No es muy normal.
—¿Y por qué? Que sepas que las quería guardar, pero por ti... —le dijo estirando las bragas para lanzarlas a la cuneta.
El joven dejó pasar el comentario y el gesto. Y se acomodó en su asiento. Cada vez estaba más confuso.
—¿Cómo te llamas? —la chica se abrió levemente de piernas.
—¿Para? —dijo sin pensarlo mucho.
—De donde vengo lo primero que se pregunta es el nombre.
—¿Y de dónde vienes? —las palabras le salieron sin pensarlo.
—Te metería en un lío si te lo cuento. Llévame a algún lado por favor. Excepto a comisaría a dónde tú quieras. Por cierto soy Dulce.
El chico tardó en reaccionar. ¿Dulce? eso suena a nombre de prostituta. Creo que había una justo con ese nombre en Aída. Además tengo que decirla que se baje, cuando ha dicho lo de que no la lleve a comisaria alomejor es porque podría estar encubriendo a una sospechosa o peor, a una delincuente y hacerme cómplice de encubrimiento.
—Yo Alberto. —quitó el freno de mano y arrancó —te aviso que no soy muy bueno conduciendo y hablando a la vez.
—¿Y si conduzco yo? No debe ser muy complicado. —alargó las manos hacía el volante —¿Enséñame cómo va esto?
—¡Estate quieta! Esto no es un juego —dijo nervioso apartándole las manos con el brazo—. ¿Has cogido alguna vez un coche o te has sacado el carnet de conducir? —le dijo señalándole la L de la parte de atrás del vehículo.
—No. Solo quería ayudarte. Bueno pues no hablamos más hasta qué lleguemos donde me lleves y punto.
Él se la quedó observando por un momento y le miró de arriba a abajo. En verdad tenía su atractivo pese al estado en el que se encontraba.
¿Qué le habría pasado?
Dulce se quedó ensimismada mirando sus bragas por la ventana. Viéndolas hacerse más y más pequeñas en la lejanía; le pasaron tantos recuerdos por la cabeza. Tras un rato se giró hacia él. Por un segundo se cruzaron sus miradas. Un segundo que le pareció a Alberto una eternidad. La situación le venía grande, sin duda, aquello no le ocurría todos los días. Ella se abalanzó sobre él y le besó.
Alberto no le dio tiempo a reaccionar. Pegó un frenazo y casi se estrellan con los coches aparcados de la avenida. Fue Dulce la que viendo que él no se inmutaba se separó de él.
—¿Qué haces? —su cabeza estaba echa un lio. En ese momento sintió tantas cosas a la vez que no pudo analizar bien la situación. Pensó que era su primer beso y robado, joder.
—Te he visto como me mirabas.
—¿Y como te miraba? Porque he frenado a tiempo sino nos vamos contra esos coches —le gritó Alberto señalándole los coches de su derecha.
—Lo siento.
—Tranquila, —cogió respiración y miró por la ventanilla —estamos todos nerviosos. Hoy está siendo un día muy raro para todos, supongo.
¿En qué coño te estás metiendo? pensó Alberto.
Dulce le puso la mano en la pierna, la cual retiró al momento sabiendo que podía empeorar tal vez las cosas. Le miro intentando reconducir la situación. Sabía que no podía volver atrás, pero al menos estaba a tiempo de bajar la tensión en el ambiente.
—Yo estoy bien y tú también ¿no? —Hubo un pequeño silencio— ¿puedes conducir?
Levantó la cabeza del volante miró alrededor y metiendo la primera marcha le asintió con la cabeza.
—Podemos salir a que te dé un poco el aire, si quieres o puedo conducir yo.
Dulce le cogió de la barbilla y se lo quedó mirando. Alberto hizo un amago de reírse por la broma.
—No, estoy bien. Gracias.
Haber que hago yo ahora. ¿Dónde puedo ir con mi nueva amiga?. De verdad que en los problemas en los que me meto no se mete nadie, no podía conformarme con mis propios problemas que encima tengo que lidiar con los de otros desconocidos.
Además de alguna mirada esporádica, no dijeron palabra alguna hasta que pararon en el aparcamiento del Parque Valdebebas.
—Pensaba que íbamos a ir a tu casa.
—En mi casa están mis padres y no se me ocurre otro lado mejor que este dadas las circunstancias. Por aquí suele pasar pocas personas así que...
—¿Qué circunstancias?
—Pues que no te conozco de nada. Eres una chica muy rara y además vas casi desnuda.—enumeró cansinamente Alberto.
—Excepto que soy rara, te doy toda la razón en lo demás. Porque tú normal que digamos no eres.
—También es verdad —se corrigió Alberto.
—Ahí hay un Burger King había pensado que mientras pensamos en que hacer podemos tomar algo. Yo al menos tengo hambre.
—Un poco, pero no tenías por que.— Se sorprendió de lo rápido que había perdido el enfado y los nervios.
Dulce pensó que pensaría su acompañante si supiese dónde y que guardaba en sus ingeniosos bolsillos que se había apañado ella misma...
— ¿Qué te apetece?
—Lo más barato. Me como todo.
—Te gustan las patatas ¿no?
—¿Arrugadas?
—No. Fritas.—Le dijo con los ojos como platos. ¿De dónde has salido Dulce?
—Bueno, pues no sé . Probaremos —dijo moviendo la lengua de un lado a otro.
—Te estás confundiendo... —le alerto Alberto. Aunque al final decidió desistir en su intento de corregirla.
—¿Qué? —Dulce la miró con un brillo en los ojos que ha Alberto le recordó a los de un gato.
—Nada. —Se quedó prendido a su mirada. Ahora que ya no estaba conduciendo pudo ver que ella tenía los ojos marrones y con la poca luz de la zona le parecieron que realmente tenían un brillo especial—Vale pues ahora vengo, no te muevas.
Ella le miro sin más y le asintió con la cabeza levemente.
No solía haber mucha gente en el local, así que tardó poco en comprar dos bolsitas medianas de patatas.
Alberto abrió la puerta del coche y entró.
—Toma Dulce —dijo sin mirarla. Aquella chica le llamaba tanto la atención como ninguna antes lo había hecho. No solía hablar mucho con chicas. Sin lugar a dudas ésta sería la conversación más larga con una mujer que hubiese mantenido en su vida.
Siempre que se dirigían a ella la llamaban así refiriéndose al timbre de su voz; tan dulce para muchos. Así que Dulce empezó a llorar en cuanto escuchó su nombre. Su primer impulso fue secarse con la camiseta, pero descartó la idea en cuanto le vino.
—Tranquila. sé que no quieres, o no puedes, pero vas a estar mejor sí me cuentas que te ocurre.
—Te estaría haciendo cómplice, eso es lo que ocurriría —reflexionó unos segundos en lo que se metió una patata en la boca. Por la cara que puso no pareció decepcionarla— Y tú lo único que has hecho es tratarme como nadie lo había hecho antes— dijo entre llanto y llanto.
—Pero si yo no he hecho nada, alguien te habrá tratado mejor, seguro. ¿Tus padres, por ejemplo?
Hubo un silencio en el que ambos estuvieron mirando a las alfombrillas del coche. Alberto rompió el crudo silencio.
—Bueno pues tú dirás ahora que hacemos —reposo sus patatas en la caja de cambios y esperó.
Dulce se sorbió los mocos, cogió aire y le miró.
—Desde que tengo uso de razón he estado sin saber apenas nada del mundo. Y lo poco que sé, es por los clientes que atendía. Y no es que quisieran charlar mucho; iban directos a por lo que sabían que se hacía ahí; A follar como nunca antes lo habían hecho sabiendo que todas estábamos allí en contra de nuestra voluntad. ¡Qué nos estaban violando! Pero sabían que tendrían su doble recompensa; Placer y bebé como suelen decir los jefes. No vi a ninguno de mis hijos ni siquiera me enteraba de cuando los tenía, me tenían drogada casi todo el tiempo así que no me enteraba de nada. La mayor parte de estos años he estado embarazada por eso...
—Hijos de puta —Ahora entiendo por que quería guardar su ropa interior —No te eches la culpa de nada. No eras tú.
—Un día un hombre mayor de alrededor de 60 años aproximadamente, se encaprichó de mí y me dijo que me sacaría de ahí y nos iríamos muy lejos a una isla del Caribe.
—Lo típico. Todos son iguales —No sabía muy bien porque había dicho eso.
—Eso creía yo también. Hasta que el ha cumplido lo que me prometido y te he conocido a ti.
Alberto miró nervioso por la ventanilla. Bajó el cristal y respiró profundamente.
—Mis compañeras y yo solíamos decir que daba igual la edad, raza o ideología política que tuviesen, todos nos veían de la misma manera.
—Ahora tienes un nuevo mundo que descubrir. Tal vez te suene a frase de película, pero es que no sé que decirte ahora mismo.
Ella le miró extrañada. Dulce no sabia lo que era la tele excepto en ocasiones que los chulos ponían por navidad el discurso del rey y para poco más.
—Pero es que no sé que va a pasar ahora. Tienen a muchas, pero no creo que se arriesguen a que pueda decirle yo algo a la policía.
—¿Qué tienes pensado hacer?
—La verdad es que nada, salir de ahí fue algo impulsivo. Seguí los pasos que me dijo el hombre y ya está.
—No tienes a nadie que pueda...
—¿Familiares, amigos? —Dulce ni se inmutó. Por autocontrol se tenía que compadecer de ella misma.
Que pregunta más tonta, si me acaba de decir que lleva desde que logra recordar metida en un prostíbulo, debería hacer algo por ayudarla. Joder, Alberto ya has hecho demasiado, ya has tenido tu aventura ahora olvida todo esto. Aquí no ha pasado nada. Pero es que no puedo...
—Alomejor no es lo que te esperabas, pero tengo un amigo que tiene habitaciones de sobra y no creo que le importe...
—¿Quieres dormir conmigo?
—No, no es eso. Quiero decir que estarías cómoda allí.
—No quiero molestar a nadie, además no conozco a tu amigo de nada. No creo que quiera meterme en su casa.
—Por eso no te preocupes. Le conozco de toda la vida. Les puedo decir a mis padres de quedarme en la casa de mi amigo. Así alomejor te sientes más segura. Si es eso lo qué quieres, claro.
—¿Por qué haces esto?
—Supongo que por ayudarte.
—Eres muy buena persona.
Alberto se ruborizo
—Yo solo me he dejado llevar, no suelo pensar mucho cuando conduzco —dijo dibujándosele una sonrisa en su rostro. Por primera vez desde que habían abandonado el arcén, Dulce intentó una tímida sonrisa.
—No sé que va a pasar Alberto. Pero me gustaría que si saliera todo bien seguiríamos viéndonos.
—Tranquila. Haré todo lo posible para que nos sigamos conociendo.
No era eso lo que queria decir exactamente pero o bien por inseguridad o la ansiedad del momento le salió esa frase de heroe de las péliculas.
Alberto se acercó a Dulce y le empezó a besar. Sin pensar. Sin prejuicios.

                                                                                                                                                           2018











domingo, 11 de noviembre de 2018

El llavero sexual

Verano de 2041

A Sandra le dolía todo el cuerpo pero tenía que hacerlo. Tenía que despejar su mente y hablar con alguien que no fuese su compañero de celda, así que cogió un lápiz y una hoja y empezó a escribir:
Querida hermana:
Me ha gustado mucho Madrid. He visto La Cibeles, La puerta de Alcala, el Oso y el Madroño…El Museo de Cera, El Museo del Prado, El Museo de Ciencias Naturales y machismos lugares más.
Aquí la gente no es como en Valencia.
La gente de Madrid es escandalosa, guarra, bestia y malhablada. Bastante problemática. Sobre todo la del centro. La gente va corriendo a todos lados agobiada por los horarios. Se nota que es la capital.
Además para colmo no tiene playa. Hecho de menos tumbarme en la arena, ver esos amaneceres únicos de Valencia, sentir la brisa del mar en mi cara. Tantas cosas.
El vigilante la empujó diciéndola
-Espabila. Te quedan 5 minutos.
Te escribo para comunicarte mi situación.
Hace ya una semana estuve en un bar de La Plaza Mayor y a la hora de pagar, el camarero me dijo; "Ya está todo pagado". Yo me extrañé y entonces me señaló al chico de la mesa de enfrente y me dijo: "Aquel hombre de ahí, la ha invitado". Sorprendida, me acerqué a su mesa a darle las gracias. Estuvimos largo rato hablando de todo un poco. Acabamos dándonos los móviles.
Quedamos al día siguiente.
Fue una gran noche. Resultó que teníamos muchas cosas en común, o eso creía. Comimos y reímos sin parar durante toda la cena.
Acabamos durmiendo en su casa.
Al día siguiente al despertarme, no me podía mover y tenía las manos hinchadas. Descubrí entonces a Mario atándome las manos al cabecero de su cama. Le iba a preguntar qué estaba haciendo, pero antes de poder hacerlo me metió una mordaza en la boca. "Quedas detenida por insinuarte, follarme y no casarte conmigo". Asi me dijo.
Hoy estoy escribiéndote esta carta desde la Nueva Cárcel de Carabanchel en la que estoy a la espera de un veredicto: Morir aquí o estar atada a la muñeca de un hombre como llavero sexual, los restos de mi vida.

   2017

Guarrá en la carretera

La joven vivía ahí desde hace tanto tiempo, que ya todos la conocían. En aquella carretera estaba acechante siempre; sola y rota. La gente pasaba por su lado sin siquiera mirarla, otros la pisaban y la maldecían con pocas palabras : "Joder que pegajosa es". Si pudiese hablar, como cambiarían las cosas; tan silenciosa y tan tranquila. No conocía otro lugar que El Puente.
Recuerda una vida en que la llamaban Fiesta. Abría y cerraba cumpleaños, discotecas... Viajaba constantemente y le recibían con grandes sonrisas todo lo contrario a lo de ahora. Hoy se encontraba agonizante, tumbada debajo del Puente con la cara roja.
Aquella inocente criatura tenía escrito el destino desde que nació.
Desde su caída inminente hasta ser pisada. El calor. Las hormigas. Era el principio del fin.
Pobre piruleta Fiesta. Por culpa de las guarradas humanas está ahí junto a otras repartidas en este mundo.
Pero hoy se partía por fin en dos y yacía casi sonriente, en el sitio que durante tanto tiempo llamó hogar.
       
                                                                                                                                                           2016